Leyendas del Turbón

El Turbón, como toda montaña solitaria y con personalidad propia, atrae numerosas leyendas.

El Turbón tiene esa capacidad de atraer las miradas desde la lejanía. Desde la Coma de San Adrián, con columnatas y contrafuertes, hasta el valle protegido por la cresta de un dragón convertido en piedra, donde surgen dos manantiales: uno de agua dulce y, unos metros más allá, otro de agua sulfurosa.
El Turbón es una montaña mágica, como Cotiella, moles solitarias y desde las que se divisa toda la cordillera. La rodea un aura de misterio por diversos motivos y leyendas.

En tiempos del diluvio, los dioses eligieron esta montaña para instalar su fragua que le confirió la capacidad para crear y repartir truenos, relámpagos y tormentas por los pueblos de los alrededores, aunque quizá esto último tenga más que ver con otra faceta, la brujeril.

Y es que esta montaña fue elegida por las brujas del Alto Aragón para reunirse semanalmente y además en nochebuena a celebrar sus aquelarres, a bailar en torno al diablo, que por cierto, habita entre las cuevas de la montaña. Estos aquelarres eran el origen de las tormentas y el granizo que castigaban los pueblos de alrededor.
Así mismo, existen varios dichos populares acerca de este tema: el llamado "Frontón de las Brujas" que se da en esta zona a la montaña. O la frase que dice que "en el Turbón las brujas tienden las ropas al sol". O "cuando la boira cubre el Turbón, habrá tormenta en todo Aragón".

Otra leyenda, la del "Home Granizo"

Dice que la montaña es, en realidad, un gigante petrificado que, junto con los duendes que en ella habitan, es el causante de todos los males de la zona.
Se la suele relacionar con otra montaña singular no muy lejana, Cotiella con su Era de las Brujas.

Las brujas de Noche Vieja:

Cuenta la tradición que las brujas del Pirineo se reunían todas las Nochebuenas en el pico del Turbón, donde se realizaban aquelarres y misas satánicas. En un pueblo cercano, las Nochebuenas las pasaban con felicidad, abundantes comidas y misas del gallo. Un año, una familia (la casa del señor Tomás) salió en pleno (menos la abuela, ya vieja, que quedaba en cama) a la misa del gallo a medianoche.

De vuelta, para continuar con la fiesta, el señor Tomás acudió al corral a por vino y observó que su mejor mula (Capitana) estaba muerta y con unos arañazos en el cuello. La fiesta acabó allí. Al año siguiente se pudo comprar un nuevo mulo (Carbonero) y en la nochebuena, al regresar de la misa del gallo vieron que el mulo estaba desangrándose por el cuello. Todos quedaron estupefactos. La historia se había repetido de nuevo.

Al año siguiente el hijo de Tomás, Antonier, decidió quedarse en la cuadra a vigilar. Cuenta la historia que con el calor que había en la cuadra el joven Antonier se acabó durmiendo, pero despertó a medianoche y notó a los mulos nerviosos, intentó encender un fósforo, pero tras encenderlo algo lo apagó. De nuevo volvió a intentarlo y pudo observar un gato negro en el lomo de una de las mulas. Tomó un garrote y le dio con todas sus fuerzas al gato. Cuenta la leyenda que al día siguiente la abuela amaneció malherida en una pierna.